domingo, 8 de marzo de 2020

Maribel

A esta hora de la tarde  el limonero
es una sombra que se huele.
En el techo del vecino hay un último maullido
que resuena en mi plexo.
Se mueve una rama.

Apenas me veo las manos
pero me quedo a la intemperie,
esperando.
Estoy quieta, 
tanto que en la punta de los dedos 
me pinchan alfileres
e imagino que me lame
su lengua áspera.

Es inútil que la llame,
me digo,
viene cuando quiere,
como el fantasma escurridizo
de un amante.

Hombre durmiendo en la llovizna

En la esquina de la avenida
insiste la llovizna
y al pie del candidato sonriente 
con fondo de árboles de un verde joven,
duerme alguien oculto.
Debajo de bolsas negras superpuestas, 
 una única mano visible,
enrojecida,  habla de un hombre.
No veo su tronco laxo,
no veo su cabeza en viaje
no veo su mano hermana
ni sus pies atados al zapato,
no lo oigo cantar.

¿Estás, ahora, levantado?
¿Corriendo sin cordones,
cantando en el trabajo?
¿Encontraste la hermana mano
que estrechar?
¿Ahora, que el sol rasgó la cruel sonrisa,
partido en dos el afiche?
¿Ahora que no hay nadie en esa esquina,
salvo mi mirada
que junta tus pedazos?

Persisto en encajar
 las piezas, pero
las palabras se resisten
atrincheradas 
tras la bolsa negra
del miedo
a que ya esté todo escrito.


Secreto

Colgado de un perchero
es antigüedad sin feria
flor invertida despetalada y gris.
Los alambres pinchan la impudicia de mil lluvias,
algunas puntas todavía se adhieren a la tela
donde sobrevive el hilo de la costurera
pero un rayo se inclina hacia la gravedad
roto.

El forro se volvió ratón 
que se escapa de los truenos y
huele a miedo de niña,
sombra chinesca en el vestíbulo.
Solo el mango brilla como miel
en lo oscuro del día,
emerge su curva blanda
asa de tazón caliente
hueco de oído,
mano de padre.

Te fuiste en la resolana
cuando escampó un poco
y sin paraguas.
Aquí me llueve de vez en cuando
 y me refugio a duras penas
oyendo el agua,
mientras te cuento
otro secreto
de niña grande

jueves, 30 de enero de 2020

Es martes de atardecer

Es martes de atardecer y doblo
las sábanas limpias
extiendo los bordes arrugados
y despliego el abanico de dobleces
rebeldes
y doblo extiendo y vuelvo
a doblar
con golpecitos suaves que
dejan escapar el aire
de suavizante de lavanda falsa.

Apilo por colores las sábanas dobladas
celeste, crema, verde,
rosa alilado.
Hago lugar en el placard
y meto
la mano hasta el fondo
donde quedó olvidado
un pedazo de tela,
un arrugado cobertor rojizo,
un dejo
de perfume antiguo
que cubrió dos cuerpos
casi niños,
desabrigados
siempre
hambrientos e imprudentes
que no paraban de reír.

Era una manta labrada
rojo resplandeciente
de alguna abuela muerta
que fue a parar a los pies
de la cama,
 lo único que nos quedaba frío
eran los pies,
se nos arrollaba al cuerpo, giraba con
nosotros
y al cabo
reposaba hecha un bollo
en la sombra.

Saqué la mano rápida
no fuera que me quemara
el antiguo fuego
y tapé los huecos del placard
con rosas, lilas, verdes,
doblados y perfectos
de falsa lavanda.
Es martes, de atardecer.


la hora en que hablo conmigo


el vaso de agua al lado de la cama
la sed de despertar fuera de tiempo
al margen los relojes alarmados 
por mi insomnio 
¿qué ves entre párpado y ojo?
veo un recuerdo que fundió en un beso
todos los que di y me dieron 

el agua corre en el departamento de al lado
maúlla la gata en un balcón
y desliza el asfalto una luz de madrugada
estoy hecha de oídos mientras desato lento
el nudo de los pies y de las manos 
para encender la luz
¿por qué persistirá en tus sueños
lo que no se deshizo en el pasado,
lo que no se desdijo?

por una rendija entra  un reflejo
que rebota en el agua a mi costado
haciéndola bailar
tengo sed pero siempre
tenés sed
te despertás del sueño de los besos
la boca seca 
y en la vigilia quieta
el vaso está vacío.