jueves, 12 de julio de 2018

Bebé

Está parada en la cocina con la pastilla en la mano. Llegó hasta ahí con un impulso y llenó un vaso de agua. Mientras la mano sube hasta la boca abierta, se imagina una taza de leche tibia. Como en una película yanqui en que el desvelado la toma para llamar al sueño. Pero ella no toma leche, porque no es un bebé. Cuando una vez dijo eso, él se rió, aunque no era un chiste. Se pregunta ahora por qué a él lo hacían reír algunas cosas que ella decía. "Bebé", le decía. Eso no siempre le caía mal, solo se pregunta por qué. "No es por ahí, bebé". Era un gran malentendido. La pastilla termina de caer cuando los dedos se sueltan sobre su lengua. Ahí está, en su boca, donde nunca la había querido. "¿Viste que no era tan difícil, bebé?" Tiene un sabor fuerte, como si salieran hilitos de amargor al mezclarse con la saliva de la superficie de la lengua. Piensa que está a tiempo, que todavía la pastilla no está dentro de su cuerpo. Tal vez un té de tilo. Una taza humeante en la mesa de luz. Pero, ¿y si es la cama la que no la deja dormir? Aceite de melisa en el hornillo, o de lavanda para relajar. A lo mejor tomar media. La mitad de una pastilla para no agredir tanto al cuerpo con químicos, el cuerpo que es todo lo que una es, que es todo lo que una come, que es todo. Ya empieza a disolverse y lo amargo se pone más intenso. Tiene que tomar agua, olvidarse y dormir como un bebé. Pero ella no es un bebé, no toma leche, y no quiere que se rían cuando no es un chiste. Entonces se lleva el vaso a la boca, toma, y traga.