miércoles, 7 de noviembre de 2018

Afiches

Cada mañana salgo a trotar unos veinte minutos, después camino. Si puedo, vuelvo a trotar un poco más (casi nunca puedo). Cuando las zapatillas golpean el polvo de ladrillo del sendero, los ruidos de la calle se suavizan. Si bien el parque es grande y los árboles y arbustos filtran un poco los ruidos, siempre hay resonancias del tránsito . Una frenada desbanda a los pájaros.  Un perro se suelta de la correa de su dueño y le estalla la libertad en ladridos. Desde el costado derecho, mientras voy relajando  el trote, un sonido como fritura de vinilo se separa de los chirridos de los aparatos de ejercicio. No miro a los que sé que están allí: la mujer china elongando, el futbolista subiendo y bajando escalones.
Estoy por empezar la segunda vuelta cuando lo veo. En el sector de las mesitas pegado a los aparatos, hay un hombre detrás de un maletín. Está abierto, apoyado sobre la mesa de cemento y le tapa una parte de la cara. Pero no sé dónde está la radio,  porque no puedo seguir trotando con la cabeza dada vuelta. Y estoy segura de que esa fritura es música en una radio. Me imagino la portátil.  Es un sonido familiar. Al tipo le gusta la radio como a vos. Vos, en las siestas, escuchando a Boca en los relatos de los que sólo recuerdo una cadencia. A veces te quedabas dormido de aburrimiento. O era yo la que se aburría y lo tuyo era cansancio.
Música. Es una música familiar. La tercera vuelta me agarra caminando. Trato de mantener el paso vivo, porque si no, no sirve. Presto atención a dos perros que juegan a correrse cruzando el sendero por donde voy. Y entonces oigo una voz, que sale como de un parlante. Se desprende del fondo instrumental. Y canta algo que conozco. Creo que es un tango. (Otra vez  vos).  Esta vez miro. El maletín es una notebook. La cabeza canosa que asoma está cantando, con un micrófono conectado. Toda la vuelta la hago tratando de recordar cómo encajan esos dos compases que escuché en el conjunto de un tango que conozco.
En el extremo opuesto del parque, donde estoy ahora, un cartel publicitario exhibe la imagen de un desconocido, hermoso como solo puede ser lo que no es real, lo que es puro deseo. Mentiría si dijera que no pensé en vos, aunque no te parezcas al del afiche.
Si están tus cosas pero tú no estás, vinieron a mí las palabras de la melodía del cantor del parque. Porque eres algo para todos ya, como un desnudo de vidriera.

domingo, 12 de agosto de 2018

Más cerca de la primavera

Más cerca de la primavera, y más frío
tiene el cuerpo
Más atardeceres destemplados conspiran
contra la quietud
de las lecturas postergadas
Hay sol afuera
hay mediodías afuera
y escribo mientras camino
entre los aguaribayes del parque
de los andes
El sol es el que escribe
adentro de mi cabeza,
mi mente se deja escribir por el sol
Mis piernas leen el camino rojo
y la historia se dibuja, retomando capítulos
que esperan en la mesa de luz.
No nos quedamos quietos
porque el frío de primavera
es el más fuerte
y tenemos miedo, mi cuerpo y yo
de sentarnos a morir
con un libro en la mano.

jueves, 12 de julio de 2018

Bebé

Está parada en la cocina con la pastilla en la mano. Llegó hasta ahí con un impulso y llenó un vaso de agua. Mientras la mano sube hasta la boca abierta, se imagina una taza de leche tibia. Como en una película yanqui en que el desvelado la toma para llamar al sueño. Pero ella no toma leche, porque no es un bebé. Cuando una vez dijo eso, él se rió, aunque no era un chiste. Se pregunta ahora por qué a él lo hacían reír algunas cosas que ella decía. "Bebé", le decía. Eso no siempre le caía mal, solo se pregunta por qué. "No es por ahí, bebé". Era un gran malentendido. La pastilla termina de caer cuando los dedos se sueltan sobre su lengua. Ahí está, en su boca, donde nunca la había querido. "¿Viste que no era tan difícil, bebé?" Tiene un sabor fuerte, como si salieran hilitos de amargor al mezclarse con la saliva de la superficie de la lengua. Piensa que está a tiempo, que todavía la pastilla no está dentro de su cuerpo. Tal vez un té de tilo. Una taza humeante en la mesa de luz. Pero, ¿y si es la cama la que no la deja dormir? Aceite de melisa en el hornillo, o de lavanda para relajar. A lo mejor tomar media. La mitad de una pastilla para no agredir tanto al cuerpo con químicos, el cuerpo que es todo lo que una es, que es todo lo que una come, que es todo. Ya empieza a disolverse y lo amargo se pone más intenso. Tiene que tomar agua, olvidarse y dormir como un bebé. Pero ella no es un bebé, no toma leche, y no quiere que se rían cuando no es un chiste. Entonces se lleva el vaso a la boca, toma, y traga.