viernes, 5 de julio de 2019

EJERCICIOS DE SOLO



Sentado en el banco de una plaza
 se empeñó en pensar
parado en la esquina de su barrio 
se quedó a fumar
tumbado en la cama de su pieza 
se forzó a soñar
Soñado en la plaza de su barrio 
Fumado en el banco de su pieza
pensado en la cama de su esquina
se paró a bancar
se tumbó a empeñar
se sentó a esquinar














UN VIEJO



Está en el balcón, asomada. Un viejo pasa en camiseta por la vereda de enfrente. Camiseta sin mangas, pelo en pecho, pelo blanco, bolsa de los mandados, mandado por una mandona que manda desde un rincón de la cocina, hoy se come esto, mañana aquello otro. Quiere advertirle, pero él dobla en la esquina y desaparece. Mientras tanto la voz de la mandona le sigue martillando la cabeza. No te entretengas, no te demores, que todo está muy feo, está muy peligroso, hay mil peligros, los milicos, los secuestros, te oí llorar y me preocupé. Maldito viejo, ahora no se la puede sacar de la cabeza.
 La cocina tenía olor a ajo, a menta y a carne asada. Su madre había cambiado las alacenas por otras más modernas. Pero se olía todavía el amarillo aceitoso del mueble viejo. En la mesa con alas había aprendido a escribir antes de entrar a la escuela, estimulada por los titulares de La razón sexta. Siempre había hecho buena letra. Pero era la mayor y, de algún modo, eso tendría que pagarse. Llegaste tarde, no viniste a dormir, no pensaste en mí, no pensaste en tu padre, tengo en la punta de la lengua lo que sos, no te lo digo porque... ".
Está a punto de abandonar el balcón cuando ve volver al viejo. Se para delante de la puerta del edificio que está justo frente a ella. Se toca la frente y se le revuelven un poco los pelos blancos. Vuelve, piensa ella, porque no se acuerda qué tenía que comprar.
Y allí, asomada al balcón donde quieren florecer los malvones que trajo de la casa de su madre antes de que se vendiera, la voz le sigue golpeteando. Tu padre no se cuida, no va al médico, no me cuenta, no me dice nada, no me entero, tose, va y se muere. 
Ahora está esperando que el viejo salga nuevamente por la puerta donde hace un rato volvió a entrar. No sabe cuánto tiempo tardará.




NOMEMATES




Cuando estaba por terminar el acto, yo recién llegaba a las cercanías del Congreso. Quería estar, aunque todo hubiera terminado. Mientras las pibas volvían, yo iba como remando  a contramano, como una equivocada de dirección. Pero no. Es cierto que en otros tiempos no era así. (No quiero decir "mis tiempos", porque es injusto decirlo de ese modo: estos también son mis tiempos.) Ahora me doy cuenta de la ventaja de ir así, a contrapelo. Iba leyendo uno por uno los carteles y eran como postas que iban quedando atrás. "Vivas nos queremos", "Ni una menos", "Basta de violencia machista", "Mi cuerpo es mío", "Nomemates". Escrito así:  NOMEMATES. Rozada o empujada por miles de ellas, de nosotras, seguía caminando mientras mi cabeza me hablaba como lo hace siempre que camino, por deporte o por militancia. NOMEMATES, repetía. Inventar el NOMEMATES.  Un chip que te  impida asesinarme desactivando en tu mente la pulsión de destrucción. Una red de contención. ¿Cómo tejer esa red? Enseñar, aprender, pero mientras enseñamos y aprendemos, que no nos maten. Herramienta material o virtual, en forma de brazo, de abrazo que te detenga, de mano que te apriete el corazón que se te sale del pecho y te impide latir conmigo, con nosotras.

Werner, vendedor ambulante


 Werner terminó sus transacciones en el local 8 de la galería, al fondo de todo, al que llamaban "El paraíso de los buscas". Salió con apuro y cruzó la calle para llegar a la estación. Pero no le acertó con el pie a los escalones, así que no pocos notaron su llegada. Con un brazo sostenía la caja de chicles de menta medio revueltos y con el otro trataba de que no se le escapara el bolsito. No era la primera vez que le pasaba. Casi todas las mañanas se quedaba atascado en su propio pulóver azul, y rompía dos platos cada vez que lavaba tres.
 En el andén se juntó con dos compañeros de trabajo. Con Werner siempre había que esperar el tren siguiente. Esa cuestión venía resintiendo la sincronización del equipo que formaban. Por ahora se lo tomaban con humor. Le preguntaban si había visto entrar a la novia el día de su casamiento o había sido al revés. Una vez les había contado que su mujer siempre protestaba porque nunca llegaban a ver el principio de las películas cuando iban al cine. 
 Se repartieron el orden en el que entrarían a los vagones. El tiempo ya lo tenían calculado para no superponer la oferta. Uno tenía colitas para el pelo y el otro se había arriesgado con zapatillas y alargues.  Hizo cálculos mentales y pensó que los chicles harían diferencia. Werner era así,  tiraba la caña y pensaba que esa noche cenaría pescado. Los otros seguían bromeando, pero él no se reía si un chiste no le hacía gracia. 
 Por fin llegó el tren. Cada uno rumbeó para donde debía. Werner encaró  para entrar al vagón antes de que se abriera la puerta. La reacción generó una serie de atropellos en cadena. Quiso ayudar a levantase a una vieja pero sólo le desparramó los chicles de menta en la cara.  El bolsito salió disparado hacia el interior del vagón. Los pasajeros subieron como pudieron antes de que la puerta se cerrara y el tren partió.  Werner se puso a juntar las golosinas que quedaron en el andén, mientras la vieja se alejaba del peligro. Otro día difícil acababa de empezar.